Es imposible separar la música de la actividad humana. Se conoce la existencia de una nutrida cantidad de instrumentos musicales usados por los diversos pueblos que habitaban el territorio antes de la llegada de los europeos, especialmente de viento y de percusión, utilizados tanto para ámbitos religiosos y ceremoniales, como de uso doméstico y de festividad. Como contraparte, ya desde los primeros contingentes de españoles, se tienen noticias de que a pesar de la precariedad de la situación, trajeron sus propios instrumentos musicales. Cita Eugenio Pereira Salas que tanto Hernán Cortez como el Adelantado don Diego de Almagro, contaban en su contingente con al menos un intérprete instrumentista y asegura el autor, que Juan Hermoso de Tejada, sería el primer trompetista en pisar el territorio nacional, como parte de la expedición de 1536. Además se presupone que se contaba también con el tambor reglamentario, explicitado en el artículo 17 de las Leyes de Indias. Luego, en la época de Pedro de Valdivia, menciona Ambrosio Valdés, que el Alférez Real, don Pedro de Miranda, era tan hábil en las artes militares, como tocando la guitarra y la flauta y bailando. Esta primera mención de la guitarra que a diferencia de la flauta, no estaba contemplada como instrumento parte de una banda de guerra, nos retrotrae al desarrollo de la misma. Durante el Siglo XVI y XVII, la guitarra era diferente a la que conocemos en la actualidad, había tres variantes por lo menos en España, la Vihuela de seis cuerdas, la Guitarra de cuatro cuerdas, y la Guitarra española, de cinco cuerdas. Aunque no conocemos las características que mencionan las crónicas, es posible inferir que podría tratarse de una guitarra de cinco cuerdas ya que se trataba de la más extendida en la península Ibérica.
Esta primera aproximación, vinculada únicamente al quehacer militar restringe el uso probable de estos instrumentos a su finalidad bélica y como entretención de la tropa, pero sienta un precedente que cambiará pronto con la llegada de los Misioneros a nuestro país.
Tirso de Molina menciona que Fray Antonio de Correa, misionero de origen portugués, de la orden Mercedaria, pone énfasis en el interés que muestran los indígenas al sonido de las flautas. A pesar de que no se tiene registro explícito acerca del tipo de música ejecutada por las flautas precolombinas, sí es posible considerar que se trata de un instrumento conocido por ellos y por lo tanto, con una sonoridad más cercana a la propia. La introducción de instrumentos de viento, especialmente las flautas y chirimías, por parte de las órdenes monásticas, comenzó a cumplir con dos necesidades, primero, la de ejecutar misas cantadas con música y también de ejercer una labor evangelizadora. En primera instancia, no sólo se trataba de misas propiamente tales, por lo tanto restringidas al edificio de la iglesia, sino también procesiones de acuerdo a las diversas festividades religiosas, entre ellas las dedicadas a la Virgen y a los Santos patronos, las cuales pasaban por las calles de las ciudades recién fundadas.
Las misas cantadas, en principio por los propios sacerdotes y también por coros, como el coro militar de oficiales y soldados, entonaban principalmente las vísperas, con las invocaciones y salmos, que eran respondidos por el público, ejerciendo en este caso una especie de función antifonal.
Dentro de la ciudad, además de las misas y las procesiones, la música se extendió también a los carnavales, donde se fundían las intenciones sacras con los intereses más profanos del público general. Las Carnestolendas, el período que comprende tres días antes del miércoles de Ceniza, era una fiesta que congregaba a toda la población y se celebraba con música, bailes, bebidas y disfraces, a pesar de su origen religioso, los cronistas coinciden en que se incurrían en grandes excesos que minaban el decoro de la festividad. Lo mismo sucedía con la Semana Santa, el Corpus Christi y Navidad, fiestas en las que se tocaban en las calles, tambores, flautas y chirimías, acompañadas de canto.
En las reuniones sociales que se realizaban dentro de las casas, el baile tenía un lugar privilegiado, se menciona que el Gobernador Cano de Aponte, al llegar a Chile, traía consigo un clavicordio, cuatro violines, un arpa y varias panderetas, que servían para amenizar las fiestas. La introducción de instrumentos en ámbitos domésticos, extendió no sólo su uso a una funcionalidad militar y religiosa, sino también a un ámbito recreativo no regido por los estamentos legales y seculares. La ejecución de música dentro de los hogares, práctica bien vista por la sociedad como divertimento cultural, también acercó la música a las mujeres ya no sólo como parte del baile, ahora también como ejecutoras.
A pesar de que hay varios casos documentados de mujeres músicos dentro de los conventos, donde algunas inclusive habrían sido elegidas específicamente por su virtuosismo con el violín, la flauta y el arpa, además de las voces, esta cercanía no se dio efectivamente hasta que se introdujeron los instrumentos a los hogares.
En cuanto al uso misional, la introducción de instrumentos estaba restringida a las dificultades de transporte, considerando que las principales iglesias de la capital contaba con un órgano de tubos, instrumento que por sus grandes dimensiones, era de complejo traslado hacia las zonas más alejadas en el sur de chile y especialmente en el territorio insular. Con la finalidad de cubrir esta necesidad de manera eficiente, se introdujeron instrumentos capaces de cumplir con las pautas musicales de la época, a la vez que fuera posible su movilidad. Esto repercute en el sentido práctico, en el desarrollo y uso constante, hasta nuestros días, del Guitarrón Chileno, extendido desde los ámbitos religiosos hasta su uso folklórico y considerado, junto a la guitarra, instrumento imprescindible de la religiosidad popular, masificada gracias a los cantores a Lo Divino y Lo Humano.
A pesar de que el órgano de tubos y los instrumentos de la familia del Clavicordio, guardan similitudes formales debido a que ambos cuentan con un teclado, el funcionamiento de los dos es diferente así como, el sonido que emiten prácticamente no tiene relación. En estricto rigor, el órgano de tubos es un instrumento de viento que funciona por medio de una corriente de aire que se acciona con un mecanismo neumático y se emite por los tubos, modulando esta salida por medio del teclado para dar la notación elegida. Su estructura cuenta generalmente con dos teclados para las manos y teclados para los pies o pedales. Los teclados manuales controlan cinco o seis registros pero son comunes los órganos con cuatro teclados, con cincuenta a cien registros. El gran órgano de la Catedral de Santiago, diseñado en Inglaterra e instalado en la Semana Santa de 1850, es probablemente el ejemplo más significativo y monumental de este instrumento en Chile, sentando un precedente cultural de alto impacto en el desarrollo de la música sacra de nuestro país.
El Clave, por su parte, es un instrumento de cuerdas que funciona con pequeñas lengüetas, como uñas, accionadas por medio del teclado. Las cuerdas son metálicas, por ello el sonido que produce es corto, potente y característico en comparación al órgano cuya sonoridad es amplia, profunda y de marcada solemnidad.
Aparte de los instrumentos de cuerdas antes mencionados, como las guitarras, guitarrones y el rabel, existe otro instrumento, en la actualidad casi en desuso en los ámbitos seculares y domésticos, que cumplió una función importante la época. Se trata del Salterio. Este instrumento de cuerdas, montadas sobre una caja de resonancia trapezoidal o cuadrangular, generalmente con patas, se toca por medio de una baqueta o de un plectro, golpeando las cuerdas directamente o percutiéndolas con el dedo dependiendo de las necesidades sonoras y del modelo del instrumento.
A diferencia de lo que sucedía en el Renacimiento, donde las familias de los instrumentos se diversificaron, creándose variedades dentro de los mismos, a medida que transcurre el Siglo XVIII y ya en el Siglo XIX, las necesidades musicales impulsaron un proceso de estandarización que puede verse durante el Clasicismo. Esto repercutió en que la variedad de los instrumentos fue disminuyendo en pro de generar adecuaciones técnicas que mejoran la sonoridad y el alcance del sonido y a su vez permiten una mayor exactitud en la afinación y posterior ejecución de las partituras.
De la misma forma, debido al cambio de paradigma musical, es el piano el instrumento que alcanzará una mayor popularidad durante los siglos XIX y XX. Creado por Bartolomeo Cristofori , en Italia en la primera mitad del siglo XVIII, originalmente se pensó como una variedad del clavicémbalo. A diferencia de éste y en general de todos los instrumentos de la familia del Clave, el Piano, llamado Pianoforte funciona internamente de otra manera. Su estructura es similar, con una caja de resonancia rectangular y posteriormente en forma del “ala” o piano de cola, tiene un mecanismo de teclado único que acciona, no con uñetas o plectros, sino con pequeños martillos que golpean cada cuerda interior, y su sonido es mucho menos metálico e intenso, pero sí más recio y retumbante.
En términos sociales, el piano se introdujo con éxito en las casas, donde servía no sólo para amenizar las festividades y los bailes, sino también como un instrumento capaz de producir un registro de mayor categoría cultural. Lejos de los desórdenes que tanto llamaron la atención de los cronistas en épocas pasadas, este instrumento tiene un contenido simbólico más elevado que el simple divertimento. El estudio y la ejecución de la música de piano, ahora ya popular entre las mujeres de familias acomodadas, con el tiempo se convirtió en un ejemplo de distinción y elevación cultural, donde las señoritas, luego de las cenas y recepciones, tomaban lugar frente a él e interpretaban melodías, valses y obras más complejas. En este caso, la figura emblemática de Isidora Zegers y Montenegro, nacida en España y alumna de Federico Massimino, llegó a Chile en 1823 y gracias a sus elevadas dotes musicales y de socialización, establece una fructífera colaboración con los más connotados intelectuales, músicos y personajes de la época, entre los que se cuentan José Zapiola, José Bernardo Alcedo, José Faustino Sarmiento, Raymond Monvoisin y Mauricio Rugendas, entre otros. Su extensa actividad cultural y musical, le llevaron a crear, en colaboración con otros, la revista de publicación periódica, El Semanario Musical.
La figura de Bernardo O’Higgins, además de sus funciones militares y cívicas, cumple una labor imprescindible dentro de la música nacional. En primera instancia, con el interés de incentivar el cultivo y desarrollo musical chileno; siendo Director Supremo, en 1820, libera de impuesto aduanero, la importación de instrumentos y de partituras. En 1817, creó además la Academia Músico Militar y habría habilitado salones especiales para sus prácticas. Durante su gobierno, la importación de instrumentos creció exponencialmente a tal punto que Mary Graham se impresiona de observar la cantidad de pianos que ve en Chile, además de hacer especial énfasis en las habilidades musicales que se exhiben en las reuniones sociales, en algunos casos, donde las mujeres eran las principales intérpretes, no sólo de piano, sino de otros instrumentos como el arpa, el violín y las flautas, además de las virtudes vocales y de danza. Desde la perspectiva europea, no eran grandes las diferencias que podía apreciarse entre las fiestas de Santiago y las más renombradas capitales del mundo.
Referencias
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Recursos WEB
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